martes, 7 de enero de 2014

CUENCA

Dos días cerca de los cero grados, por encima y por debajo, nos han dado para ver los rincones más bonitos de la ciudad de Cuenca, en Castilla La Mancha y algunos más de sus alrededores. Creemos haber aprovechado bien el tiempo disponible. La primera impresión es el contraste de cielo despejado con frío que hacía que chorros y riachuelos se mantuvieran casi congelados en zonas de sombra. Lo primero fue calentarnos subiendo hasta la Plaza Mayor. He de decir que no usamos ningún bus en esta escapada... El buen ambiente con grupos de turistas y comercios de artesanía local nos hizo quedarnos a contemplar el ir y venir de gente. Dentro de esta plaza se encuentran un antiguo edificio donde se encuentra el Ayuntamiento, decorado para la navidad, y la catedral de
 
estilo gótico que bien nos recordóa la de Notre Dame de París por sus formas, cristalera central y sus gárgolas. Una vez vista y fotografiada nos sentamos en unos asientos de piedra frente a ella donde lucía el Sol durante un rato y continuamos por la calle San Pedro hasta la parte alta donde se pueden ver entre otras cosas, los restos del castillo de origen musulmán y cristiano, y el Arco de Bezudo, antigua puerta de la ciudad. A continuación contemplamos a unos 250 metros de la fortaleza, una imagen espectacular de la ciudad. La panorámica es increíble y ello hace que algunos artistas se atrevan a dibujarla en sus cuadernos sentados al borde de las rocas. Un sendero algo escarpado te permite bajar desde la zona más alta de la ciudad, al final de la calle Larga, hasta el  puente de San

Pablo y los mismos pies de las  Casas Colgadas, donde podíamos comprobar la escarcha que aún quedaba en los huertos de las zonas en penumbra. Tras la caminata cruzamos el puente, con su peculiar oscilación, y volvíamos a observar  la ciudad desde esta nueva perspectiva y la que nos ofrecía el Parador situado al otro extremo. Y siendo cerca de mediodía comimos en una taberna elegida al azar. Su escueta fachada no era capaz de expresar la buena comida manchega que pudimos degustar en su rústico y acogedor interior. Un cocido muy casero o sopa castellana de primero, unas costillas de cordero de segundo, junto con un joven vino tinto, y un pan de Calatrava para terminar nos dejaron sin palabras. Para rebajar comida seguimos

caminando hacia abajo y seguimos el cauce del río Huécar hasta su "desembocadura" en el Júcar, junto a la que se encuentra un  parquecillo y un camino que te permite caminar junto al Júcar y su vegetación para volver de nuevo al casco urbano por cualquiera de las empinadas escaleras de piedra en las que lucían placas de hielo. Llegamos al hostal y preparamos todo para salir por la mañana hacia la Ciudad Encantada y el nacimiento del Río Cuervo ya que nos los habían recomendado ver por su belleza natural. Cogimos la carretera comarcal 2105 hasta el cruce hacia la Ciudad Encantada. De camino paramos en un pueblo muy pequeño junto a la carretera llamado Uña y pudimos ver su laguna congelada por los bordes, de tal grosor que casi nos permitió ponernos de pie sobre ella hasta el momento de escuchar el crujido...


Una indicación nos indica que quedan 4 km hasta la Ciudad Encantada. Estacionamos en una explanada junto a un hotel y frente a la entrada. El precio por la visita sin guía es de 3€ por persona. Consta de un recorrido indicado con flechas donde se puede observar  rocas gigantes erosionadas que han dado lugar a enormes pedruscos con aparentes formas, o no tanto, a las cuales se le ha puesto nombres como "el barco", "la foca" y otros muchos. Algo que nos llamó la atención fue la capacidad que tienes los árboles para enraizar y salir a la superficie a través de las rocas. Es un lugar curioso ya que muestra los inesperados caprichos que la naturaleza nos deja con el paso de los siglos. Dos horas fueron suficientes para terminar el recorrido y continuar hasta el nacimiento que nos quedaba por ver antes de desandar lo recorrido para volver a casa, casi 4 horas de coche.



Y como una imagen vale más que mil palabras, podéis imaginaros el frío que puede hacer para congelar el nacimiento, donde a duras penas se escuchaban algunas gotas caer. Desde el aparcamiento se puede subir hasta lo más alto del nacimiento por una senda guiada para los visitantes. Conforme avanzamos por ella iban apareciendo pequeños miradores donde se veía discurrir el agua transparente y el paisaje de su naturaleza en estado puro, lo que nos apasiona.
De vuelta a casa y al pocos kilómetros de dónde nos encontrábamos, no pudimos evitar caer en la tentación de pasar por un pueblecillo en los que el tiempo parece haberse detenido hace mucho.


Un pueblo llamado Huélamo, a los pies de una montaña, donde se hayan los restos de un antiguo castillo árabe y por cuyos alrededores merodean cabras pastando. En nuestro recorrido a pie por las calles de este municipio descubrimos que cuenta con ayuntamiento propio, un parque infantil con unas vistas muy especiales, una ermita y como no podía ser menos en un pueblo de los de antaño,  junto a ésta su cementerio. Con esta vuelta atrás en el tiempo dábamos por concluída nuestra escapada por tierras manchegas, tan cercanas, tan gastronómicas y tan desconocidas.

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